lunes, 20 de mayo de 2013

Taller Lo mío es puro teatro (III). La fachada cuenta.

Teatre Guiyol. Tomado de Picasso de Josep Palau i Fabre. Barcelona: Polígrafa, 1977.
Ya en su misma fachada, el teatrillo cuenta. Lo primero que haremos en el taller Lo mío es puro teatro (información aquí), será apropiarnos de ella y crear un espacio de sugestión que invite al espectador a dejarse llevar, a sumergirse en este mundo fantástico, a entrar en contacto con el espacio ficcional e interactuar con sus habitantes.




Éste es el punto de partida. La estructura ideada por Elena Odriozola. Ahora, cada participante ha de hacerla suya. Y para ella puede dialogar con una extensa y variada tradición en la cual hallamos manifestaciones como la siguientes:

Pablo Picasso. Estudio de decorado para Cuadro Flamenco. Tomado de Picasso y el teatro. Barcelona: Museo Picasso, 1996.

http://joannahruby.wordpress.com/picture-storytelling/the-weeping-tree/
http://papermatrix.wordpress.com/2010/09/11/teddys-theatre-low-towers/
http://www.pollocks-coventgarden.co.uk/index.php/catalog/product/gallery/id/229/image/519/

lunes, 13 de mayo de 2013

Taller Lo mío es puro teatro (II). Pliego, papel y tijeras

© Elena Odriozola
  
De niño, muy pronto tomé consciencia de que las cosas que llamaban mi atención no hacían lo mismo con otras personas. Esta diferencia no amainó mi curiosidad. Al contrario, con el tiempo me llevó a desarrollar hasta la obsesión la necesidad de mostrarle a los demás cosas que pasaban desapercibidas frente a sus ojos y hacerlos así partícipes del interés que experimento por ellas.
La escritura y la docencia han estado en buena medida al servicio de mi pasión por esos objetos cotidianos que suelen pasan desapercibidos, por aquellos personajes marginales que planteaban originales visiones del mundo, por las teorías anacrónicas y sus impecables estructuras lógicas, por otras formas de pensar que chocan con nuestras categorías y, en general, por un amplio grupo de seres, temas e historias en desuso que piden a gritos ser reciclados.
Ha sido muy gratificante hallar interlocutores y cómplices. Y aunque no ha sido fácil encontrar espacios idóneos, y mucho menos convencer a los demás de que (entre otras cosas) te paguen por ello; me conforta pensar que he logrado despertar la curiosidad de otras personas y disfrutar de sus ideas y obras.
Mientras colaboraba en la revista Educación y biblioteca, dirigí junto a Lucía Contreras un dossier titulado “Pliego, papel y tijeras”, que pueden descargar aquí y merece una lectura atenta. Fue un verdadero placer trabajar con Lucía y con una serie de colaboradores entusiastas, sensibles e inteligentes que aúnan pasión y estudio al centrar su mirada en ese universo oculto tras alguna de las múltiples materializaciones posibles del papel.
Han pasado los años. Ahora Lucía emprende una nueva y encomieble tarea: la reedición de teatrillos de papel. Recupera modelos de la antigua estampería catalana Paluzie y los reconstruye para brindarle a niños y adulos un fabuloso espacio de juego y apropiación.
Por mi parte, junto a Elena Odriozola, convocamos el taller Lo mío es puro teatro, convencidos, por un lado, del alcance, valor y posibilidades narrativas del teatrillo de papel y, por otro, de cuanto podemos aprender con él quienes nos dedicamos o estamos interesados en la literatura infantil.
En fin, buenas oportunidades para descubrir un mundo apasionante. 


Lo mío es puro teatro
La puesta en escena en el libro-álbum teatrillo de papel
por Elena Odriozola y Gustavo Puerta Leisse


Fecha: 24, 25 y 26 de mayo. 20 horas
24 de mayo: de 16:00 a 20:00; 25 y 26: de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 20:00.
Precio: 200€. Dieciséis plazas
Lugar: Víctimas del Celuloide (c/ Santiago, 8. Madrid)
Información e inscripciones: gustavopuerta@gmail.com
escuelaperipateticadelij.blogspot.com

miércoles, 8 de mayo de 2013

Sentimientos encontrados. Erich Kästner


Desde hace algo menos de un año, los martes por la tarde nos reunimos alrededor de una enorme mesa de madera, cafés, tés y merienda casera, un grupo de entre ocho y diez personas a conversar, leer y discutir sobre sentimientos, libros infantiles, filosofía, psicología... y la infancia en general. El nivel de intercambio es alto y muy gratificante, siendo común que la reflexión se prolongue depués, mientras compartimos una copa de vino en un bar cercano; o cuando ya en casa seguimos dándole vueltas a alguna idea, opinión o lectura o, incluso, cuando esta inquietud nos lleva a tomar el lápiz o el pincel.  
No creo exagerar al afirmar que Sentimientos encontrados (que así hemos llamado a este seminario) es para mí una oportunidad única de estudio e intercambio intelectual y humano. Por eso, les animo a quienes estén interesados a incorporarse en el grupo. Empezamos un nuevo sentimiento el próximo martes 14 de mayo.
Para que puedan hacerse una idea de cuan fructíferas llegan a ser nuestras reuniones, reproduzco un fragmento del hermosísimo relato autobiográfico de Erich Kästner: Cuando yo era un chiquillo [Madrid: Alfaguara, 1988], que comentamos detenidamente en la última sesión de Sentimientos encontrados y nos permitió profundizar un poco más en lo que es la tristeza.

Mi madre no era un ángel y tampoco quería serlo. Su ideal era más palpable. Su meta estaba lejos, pero no en las nubes. Resultaba posible alcanzarla. Y como ella era más enérgica que cualquier otra persona y no permitía que nadie se interpusiera, la alcanzó. Ida Kastner quería convertirse en la madre perfecta para su hijo. Y como quería llegar a serlo, no tuvo en consideración a nadie, ni siquiera a ella misma, y se convirtió en la madre perfecta. Todo su amor y fantasía, toda su dedicación, cada minuto y cada pensamiento, toda su existencia, los dedicó a mí fanáticamente como un jugador obsesionado a una sola carta. Su puesta era: ¡su vida, por entero!
La carta era yo. Por eso yo tenía que ganar.

Por eso no podía decepcionarla. Por eso yo fui el mejor alumno y el más formal de los hijos. Yo no hubiera podido soportar que ella perdiera su gran juego. Como ella quería ser y era la madre perfecta, para mí, la carta, no había ninguna duda: yo tenía que ser el hijo perfecto. ¿Llegaría a serlo? Al menos lo intentaba. Yo había heredado su talento, su resolución, su ambición y su inteligencia. Con eso ya se podía empezar a hacer algo. Y si yo, su capital y su puesta en el juego, me cansaba alguna vez de dedicarme a ganar siempre, aún me quedaba una cosa como última reserva: quería a la madre perfecta. La quería mucho.
Las metas alcanzables son costosas especialmente y especialmente costosas porque queremos alcanzarlas. Nos desafían y nos ponemos en camino hacia ellas sin mirar a un lado ni al otro. Ella me amaba a mí y a nadie más. Era buena conmigo y en ello gastaba toda su bondad. Me regalaba su buen humor y no sobraba nada para otros. Sólo pensaba en mí; no tenía otros pensamientos. Su vida estaba dedicada a mí hasta el último aliento, sólo a mí.
Por eso a todas las demás personas ella les parecía fría, severa, orgullosa, despótica, intolerante y egoísta. Me daba todo lo que era y todo lo que tenía y para los demás estaba con las manos vacías, orgullosa y firme, siendo, no obstante, un alma en pena. Aquello la llenaba de tristeza. Aquello la hacía infeliz. Aquello le llevaba en ocasiones a la confusión. Esto no lo digo a la ligera ni es un decir. Sé lo que me digo. Estaba presente cuando sus ojos se oscurecían. Por aquel entonces, cuando yo era un chiquillo, ¡encontré al salir de la escuela las hojas apresurada-mente garabateadas! Se hallaban sobre la mesa de la cocina. «¡Ya no puedo más!», ponía en ellas. «¡No me busquéis!», ponía en ellas. «¡Que te vaya bien, querido hijo mío!», ponía en ellas. Y la vivienda estaba vacía y muerta.
Entonces yo, acosarlo y fustigado por un miedo salvaje, llorando en alto y casi ciego por las lágrimas, echaba a correr por las calles, hacia el Elba y hacia los puentes de piedra. Las sienes me cartilleaban. La cabeza me retumbaba. El corazón latía a toda velocidad. Atropellaba a los peatones; me maldecían y yo seguía corriendo. Me tambaleaba por falta de respiración, sudaba y tenía mucho frío; me caía, me incorporaba, no me daba cuenta de que estaba sangrando y seguía corriendo. ¡¿Dónde podía estar?! ¿Había hecho alguna tontería? ¿La habían salvado? ¿Aún había tiempo o era ya demasiado tarde?
-¡Mamá, mamá, mamá! –tartamudeaba yo una y otra vez corriendo para salvar su vida– ¡Mamá, mamá, mamá!
No se me ocurría ninguna otra cosa. Era mi única e interminable oración en aquella carrera con la muerte.
La encontraba casi siempre. Y casi siempre en uno de los puentes. Estaba allí sin moverse, mirando hacia abajo, hacia la corriente, y parecía una figura de cera.
-¡Mamá, mamá, mamá!
Ahora lo gritaba en alto, cada vez más alto.
Me arrastraba hacia ella con mis últimas fuerzas. La agarraba, tiraba de ella, la abrazaba, gritaba y lloraba y la sacudía como si fuera una gran muñeca pálida... Y entonces se despertaba como de un sueño con los ojos abiertos. Era ahora cuando me reconocía. Era ahora cuando se daba cuenta de dónde estábamos. Era ahora cuando podía llorar y apretarme contra sí y decir dificultosamente y con voz ronca:
-¡Ven, hijo mío, llévame a casa!
Y tras los primeros pasos vacilantes susurraba:
-Ya está todo bien.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Taller Lo mío es puro teatro (I). Elena Odriozola

© Elena Odriozola. La princesa y el guisante. Madrid: Anaya, 2003

Los días 24, 25 y 26 de mayo tendré la suerte de dar junto a Elena Odriozola un taller que hemos llamado Lo mío es puro teatro. En él crearemos un teatrillos de papel y ahondaremos en los procesos creativos comunes a escritores, ilustradores, maestros, padres y todas aquellas personas que ven en el niño su destinatario y en la literatura un espacio de experimentación. [Si deseas más información sobre el curso, puedes descargate aquí el volante del taller o también puedes ponerte en contacto conmigo].

A propósito del taller, recupero un artículo que escribí para el catálogo de la exposición que le dedicó a Odriozola el Ayuntamiento de Zarauz en el primer trimestre del 2012.
 


El guisante de la discordia

Se halla sentada sobre la cama, despeinada y en camisón, con el rostro descompuesto. A pesar de que sus ojos son diminutos y están rodeados por oscuras ojeras, su mirada consigue transmitir la perturbación que experimenta. La boca enfatiza el peso de su malestar, mientras que el rubor de sus mejillas evidencia la vergüenza que padece ante semejante situación.
Si la factura de los mullidos colchones y del hermoso y variado estampado de las mantas puede dar cuenta de la real ascendencia del personaje, el libro que descansa abierto sobre su regazo sugiere una noche de insomnio en la que la lectura fue intranquila y de poca ayuda.
La causa de semejante desvelo no es otra que un recóndito guisante. Este grano, en apariencia insignificante, es el barómetro de la autenticidad de la princesa. A los ojos de la reina, certificará si se trata de una “princesa de verdad” o no. A los ojos del lector, la prueba no está exenta de cierta parodia de la flema aristocrática e incluso ridiculiza la hipersensibilidad y el amaneramiento de las clases pudientes. Unos y otros, en definitiva, se ensañan contra la pobre y empapada doncella que una noche de tormenta, empujada por el destino, llama a las puertas de palacio en busca de cobijo.
Las ilustraciones aportadas por Elena Odriozola abren una nueva lectura al cuento de Hans Christian Andersen. Lejos de asumir una actitud paródica o condenatoria, la interpretación que hace de la agraviada e indefensa princesa se contrapone a aquellas manoseadas versiones caricaturescas que muestran a la señorita como una criatura creída, frívola y caprichosa. De este modo, su planteamiento parte de la empatía y al adoptar esta perspectiva nos permite hallar en el cuento un trasfondo psicológico tan sutil como certero, desaprovechado por otras versiones ilustradas. En la lectura que propone Odriozola la princesa es considerada como víctima (de su naturaleza y de la situación) y la reina es descubierta como victimaria.
Así, el guisante depositado por la monarca debajo de los veinte colchones y de los veinte edredones de pluma adquiere una nuevo sentido ante nuestros ojos, ya no se trata de una prueba inocente, sino que revela la mala idea de una potencial suegra que no duda en someter a la pretendiente de tan cruel y subrepticio examen. Ahora bien, tratemos por un momento de comprender el comportamiento de la reina, ¿por qué a sus ojos este experimento tiene el poder de acreditar la autenticidad de la princesa? El malestar expresado de la princesa de Odriozola nos da una clave. Aunque no se puede decir con propiedad que la pálida protagonista haya salido airosa del examen, sí evidenció que contaba con el grado de sensibilidad propio de las princesas de verdad. Tanto su pesar como su aptitud para pretender la mano del príncipe proceden de esa exacerbada sensibilidad. En este sentido, Odriozola desenmascara a la reina: detrás de esta estratagema lo que en verdad su majestad desea es encontrar una persona vulnerable y desvalida para su vástago real y, por qué no, que pueda ser manipulable por su maquiavélica voluntad.
Un ilustrador es un lector privilegiado. Tiene la prerrogativa de aportar su personal interpretación a un texto que lo precede, de ampliar sus posibilidades, de esculpir nuevos significados, de decir cosas propias a partir de palabras de otros… Sin embargo, este privilegio también es extensible al lector. Al participar de la lectura de un libro ilustrado recordamos que leer es un acto de libertad en la que el autor (el escritor y/o el ilustrador) sólo aportan una parte del proceso creativo, pues la tarea del lector es completar este proceso, es contribuir con su interpretación y concluir así la obra de arte.
La lectura que nosotros hacemos de las ilustraciones de La princesa y el guisante (Anaya, 2003) es análoga a la lectura que hace Odriozola del cuento de Andersen. Si no sucediese así, si por la razón que fuera no nos adentramos en los territorios de la interpretación, entonces no participamos de la creación, no formamos parte activa en el arte. Las ilustraciones de Odriozola pueden ser consideradas como obras de arte, no sólo por su intrínseca belleza, no sólo porque cuelguen de las paredes de esta sala de exposiciones, sino porque posibilitan que el espectador participe de un proceso creativo en el que siempre tienen cabida nuevas lecturas; porque, en definitiva, reivindican la libertad del lector de formar parte y hacer suya la lectura de un otro.
El arte en el que Elena Odriozola mejor se desenvuelve es el de la ilustración de libros para niños. Ante tanto infantilismo, ante tanto material precocido y de fácil digestión escolar, Odriozola ofrece al pequeño una princesa alejada del estereotipo, en la que el niño puede ver reflejados sentimientos propios que muchos adultos no quieren reconocer en él. Pero su interpretación incluso va más allá. Su versión de La princesa y el guisante muestra la imagen de un mundo adulto que lejos de atender y respetar las necesidades del niño (y de la princesa), le exige reprimir su voluntad y convertirse en un ser dócil y obediente. Luego de varias relecturas del libro, podemos aventurar la hipótesis de que es muy probable que la hoy frágil y vulnerable princesa, en el futuro sea una calculadora y fría reina que, en una tormentosa noche, depositará un guisante debajo de veinte colchones y de veinte edredones de pluma.
Los libros ilustrados para niños están para cuestionar este estado de cosas, para resquebrajar la domesticación del imaginario, para propiciar la empatía y poder ver en el otro lo que muchas veces no alcanzamos ver en nosotros mismos. Exigen ser leídos una y otra vez. Los niños lo saben y disfrutan de ello. En cada lectura hay algo nuevo que aparece, hay un cambio que acontece: el vínculo entre el adulto que lee y el niño que escucha y ve, se profundiza; el proceso creativo que involucra al escritor, al ilustrador y a sus lectores se renueva; la huella emotiva que esta lectura deja en nuestra memoria se afianza. Los libros para niños esconden debajo de los veinte colchones y de los veinte edredones de la realidad, el guisante de la libertad, la creatividad, la fantasía y la empatía. Y fue la mano de Odriozola quien lo depositó allí.