lunes, 27 de enero de 2014

«Y esto, ¿es para niños?»


De un libro para niños se espera que sea una lectura simple y de fácil comprensión. Se evitan los planteamientos complejos, los argumentos que propicien variadas interpretaciones y, en general, las referencias que se alejen del ámbito infantil. Detrás de esta convención encontramos tanto la preocupación adulta por cuidar al niño y resguardarlo frente a experiencias negativas, como una actitud condescendiente incapaz de aceptar que los niños son capaces de responder a una realidad que nos resulta extraña, que pueden hallar sus propias interpretaciones sin necesitar nuestra mediación y que tienen menos prejuicios que nosotros.
«Y esto, ¿es para niños?», constituye una reacción habitual frente a los libros que no se ajustan a los motivos recurrentes del subgénero infantil. Quien pregunta esto, no está preguntando. Al contrario, reacciona ante aquello que cuestiona su noción de lo-que-es-para-niños para a continuación espetar: «Eso no lo entiende un chaval». Se trata de una actitud semejante a la adoptada por quien sostiene: «Esto lo hace mi hijo de tres años» frente a un miró. Ambas reacciones son una respuesta indulgente ante algo que produce inseguridad. En ambos casos se descalifica lo considerado “extraño” al tiempo que se minusvalora al niño.
La infancia fue uno de los principales motivos de investigación del recientemente desaparecido Carlos Pérez (1947-2012). Comisarió extraordinarias exposiciones dedicadas expresamente al tema, entre las que destacan Promesas de futuro, dedicada al libro infantil en la URSS, y Los juguetes de las vanguardias. Pero también advertimos su interés por el niño y por llegar al niño en las muestras que dedicó a asuntos en apariencias tan lejanos del mundo infantil como el personaje de los neumáticos Michelín: Bibendum, o las fotografías de Karel Capek. A pesar de que no consiguió mantenerse en el tiempo, su proyecto de talleres didácticos en el IVAM marcó un hito en la pedagogía museística, Pérez rechaza la idea del niño como espectador pasivo y le dota del entorno apropiado para que se convierta en creador activo que reflexiona, experimenta y juega a partir de la obra de Hausmann, Schwitters, Satie...
«Y esto, ¿es para niños?» podrá preguntarse el adulto que tome en sus manos el último título de Carlos Pérez, publicado por Media Vaca en su colección Grandes y pequeños. Y es que efectivamente Buffalo Bill Romance no es un relato simple ni de fácil comprensión, como tampoco lo fueron las vanguardias artísticas, el siglo XX ni lo es la misma infancia. Lectura fluida y sorprendente, su dificultad no radica en cómo se cuenta ni en lo que se cuenta, sino en el alcance trastocador de sus ideas. Además, la obra tiene una densidad circense. Aborda un universo circular en el que caben la belleza y la deformidad, el prodigio y la miseria, lo comercial y lo artístico, lo popular y lo exótico... Su cartel-sobrecubierta anuncia por un lado una crónica muy ilustrada y, por el otro, pregona un listado de héroes y villanos que aparecen en el libro: Calamita Jane y Victoria I de Inglaterra, Eiffel y Huidobro. Ochenta fotografías tamaño carné componen las guardas y una heteróclita galería de personajes cuyas hazañas son hilvanadas por una maravillosa crónica que responde a la máxima ramoniana: “De la carambola de las cosas brota una verdad superior”.
Dani Sanchis tuvo la tarea de ilustrarlo y se abocó a ella con la misma sensibilidad arqueológica de Pérez, aunando lo propio, lo conocido y lo encontrado en esta crónica-collage. El valor pedagógico de la obra no se halla en la fresca erudición que se extiende en las notas a pie de página ni en la destreza de su autor a la hora de actualizar el viejo lema que incita a instruir deleitando, sino más bien lo encontramos en la invitación a “ver” de otro modo, a ampliar perspectivas, a crear relaciones y a volvernos partícipes del relato explorando sus referencias, asociaciones y ramificaciones. ¿No es exactamente eso lo que deberíamos esperar de un libro para niños?

Buffalo Bill Romance
Carlos Pérez, Ilustraciones de Dani Sanchis
Valencia: Media Vaca, 2012

(Publicado en Babelia nº 1157. 25/01/'14) 

7 comentarios:

  1. ¡Qué bonita reflexión Gustavo!
    Yo pienso que los grandes títulos de literatura infantil y juvenil lo son, precisamente porque autores como Kipling, Barrie, etc. no pensaban "solo" en un público infantil cuando los escribían.

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    1. Gracias, Mi Limbo. Para mí el problema no es pensar o no en los niños. Sino más bien en cuál es la idea que tiene el autor acerca de la infancia. Yo reivindico el "para" de la literatura para niños. Olvidarse del niño puede ser tan equivocado como empecinarse en una visión cerrada y dogmática de la infancia. Para mí cada vez es más importante tener en cuenta que la literatura infantil no es otra cosa que una modalidad de comunicación y si no llegas, hay algo que no está funcionando.

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  2. Comunicarse ya sea con un niño o con un adulto creo que implica ponerse en el lugar del otro y tratar de emplear el lenguaje sea literario, artístico o de cualquier tipo en beneficio de esa comunicación. Lo que no se puede pretender es que nuestro interlocutor extraiga un único significado, el que nosotros queremos de nuestro mensaje. Por tanto la pregunta que creo que es importante es si como adultos estamos dispuestos a enfrentarnos con la incertidumbre de salir de nuestro terreno de seguridad y comodidad para respondernos a nosotros mismos y al niño preguntas para las que quizás no tenemos una respuesta sino que por el contrario nos generan mas preguntas y por tanto llevan a cuestionarnos nuestras creencias. Yo creo que esto es el aprendizaje, el niño aprende desde un bagaje de experiencias menor que el del adulto pero eso no quiere decir que por ello sus opiniones tengan menos valor, y la literatura infantil creo que debe propiciar ese aprendizaje, ese cuestionamiento a ambos mas allá de colocarnos en mensajes acomodaticios que no hacen sino reafirmar nuestras propias certezas para evitar caer en la inseguridad de la duda, del cuestionamiento, de la reflexión y del aprendizaje.

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    1. Llevo días pensando en el tema y hoy leyendo a Neill hallé una idea que me resulta interesante. Sostiene que el único mandamiento que debe cumplir todo padre y todo maestro es: Estarás al lado del niño. Inspirado en él pienso que quizás al creador de libros para niños deberíamos pedir que esté del lado de los niños. Este, obviamente, no es un posicionamiento nada fácil.

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  3. Pero, qué significa ponerse del lado o al lado del niño? Me refiero como adultos tenemos una idea creada a cerca de la infancia y corremos el peligro de ponernos del lado de esa concepción del niño y proyectar así nuestras frustraciones y deseos en ellos. Cómo ponernos del lado de los niños y abandonar las ideas preconcebidas que sobre ellos nos hemos creado para hablarles de igual a igual, respetando su opinión y no tratar de imponer la nuestra?? No se si me explico, pero al fin y al cabo no termino de ver si nos ponemos del lado de nuestra propia concepción de la infancia o del niño en sí mismo. Aunque tampoco me queda claro si esta distinción que hago es importante o una forma de evitar mareando la perdiz tomar la resolución de adoptar la visión del niño como punto de partida de la creación.

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  4. Qué conversación tan interesante. Tengo la sospecha de que uno de los problemas que tenemos como adultos es que no recordamos lo que era ser niño. Idealizamos la infancia. Es esa época en la que, o bien éramos puros, o éramos salvajes. Creo que de allí se desprende buena parte del problema de la literatura infantil y de cómo tratamos a los niños en general. O hay que civilizarlos, o hay que evitar contaminarlos con el mundo. Creo que ponerse al lado del niño es aceptar que vive en el mundo. En el mismo mundo imperfecto en el que vivimos los adultos.

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  5. Si tenemos una idea definida de la infancia, no estamos 'al lado' sino encima: el niño se tiene que adecuar a nuestra expectativa. Incluso es así si creemos recordar cómo fuimos de niños. Partiendo de la base de que no es posible empezar de cero, esto es, abandonar toda representación de la infancia. Lo más sensato desde mi punto de vista es observar, proponer y experimentar. Y eso supone acompañar y compartir, renunciando a la autoridad, a la idea de "yo adulto sé lo que es bueno para ti, niño". Son muchos los caminos y cada quien ha de encontrar el suyo. Pero la idea general es que si nos dedicamos a la literatura infantil es porque tenemos algo propio que contar (cosa que pocas veces sucede) y justamente es a un niño al que queremos contárselo (esto sucede aún menos) y, claro está, nos interesa comunicar (más que expresarnos).

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