miércoles, 1 de mayo de 2013

Taller Lo mío es puro teatro (I). Elena Odriozola

© Elena Odriozola. La princesa y el guisante. Madrid: Anaya, 2003

Los días 24, 25 y 26 de mayo tendré la suerte de dar junto a Elena Odriozola un taller que hemos llamado Lo mío es puro teatro. En él crearemos un teatrillos de papel y ahondaremos en los procesos creativos comunes a escritores, ilustradores, maestros, padres y todas aquellas personas que ven en el niño su destinatario y en la literatura un espacio de experimentación. [Si deseas más información sobre el curso, puedes descargate aquí el volante del taller o también puedes ponerte en contacto conmigo].

A propósito del taller, recupero un artículo que escribí para el catálogo de la exposición que le dedicó a Odriozola el Ayuntamiento de Zarauz en el primer trimestre del 2012.
 


El guisante de la discordia

Se halla sentada sobre la cama, despeinada y en camisón, con el rostro descompuesto. A pesar de que sus ojos son diminutos y están rodeados por oscuras ojeras, su mirada consigue transmitir la perturbación que experimenta. La boca enfatiza el peso de su malestar, mientras que el rubor de sus mejillas evidencia la vergüenza que padece ante semejante situación.
Si la factura de los mullidos colchones y del hermoso y variado estampado de las mantas puede dar cuenta de la real ascendencia del personaje, el libro que descansa abierto sobre su regazo sugiere una noche de insomnio en la que la lectura fue intranquila y de poca ayuda.
La causa de semejante desvelo no es otra que un recóndito guisante. Este grano, en apariencia insignificante, es el barómetro de la autenticidad de la princesa. A los ojos de la reina, certificará si se trata de una “princesa de verdad” o no. A los ojos del lector, la prueba no está exenta de cierta parodia de la flema aristocrática e incluso ridiculiza la hipersensibilidad y el amaneramiento de las clases pudientes. Unos y otros, en definitiva, se ensañan contra la pobre y empapada doncella que una noche de tormenta, empujada por el destino, llama a las puertas de palacio en busca de cobijo.
Las ilustraciones aportadas por Elena Odriozola abren una nueva lectura al cuento de Hans Christian Andersen. Lejos de asumir una actitud paródica o condenatoria, la interpretación que hace de la agraviada e indefensa princesa se contrapone a aquellas manoseadas versiones caricaturescas que muestran a la señorita como una criatura creída, frívola y caprichosa. De este modo, su planteamiento parte de la empatía y al adoptar esta perspectiva nos permite hallar en el cuento un trasfondo psicológico tan sutil como certero, desaprovechado por otras versiones ilustradas. En la lectura que propone Odriozola la princesa es considerada como víctima (de su naturaleza y de la situación) y la reina es descubierta como victimaria.
Así, el guisante depositado por la monarca debajo de los veinte colchones y de los veinte edredones de pluma adquiere una nuevo sentido ante nuestros ojos, ya no se trata de una prueba inocente, sino que revela la mala idea de una potencial suegra que no duda en someter a la pretendiente de tan cruel y subrepticio examen. Ahora bien, tratemos por un momento de comprender el comportamiento de la reina, ¿por qué a sus ojos este experimento tiene el poder de acreditar la autenticidad de la princesa? El malestar expresado de la princesa de Odriozola nos da una clave. Aunque no se puede decir con propiedad que la pálida protagonista haya salido airosa del examen, sí evidenció que contaba con el grado de sensibilidad propio de las princesas de verdad. Tanto su pesar como su aptitud para pretender la mano del príncipe proceden de esa exacerbada sensibilidad. En este sentido, Odriozola desenmascara a la reina: detrás de esta estratagema lo que en verdad su majestad desea es encontrar una persona vulnerable y desvalida para su vástago real y, por qué no, que pueda ser manipulable por su maquiavélica voluntad.
Un ilustrador es un lector privilegiado. Tiene la prerrogativa de aportar su personal interpretación a un texto que lo precede, de ampliar sus posibilidades, de esculpir nuevos significados, de decir cosas propias a partir de palabras de otros… Sin embargo, este privilegio también es extensible al lector. Al participar de la lectura de un libro ilustrado recordamos que leer es un acto de libertad en la que el autor (el escritor y/o el ilustrador) sólo aportan una parte del proceso creativo, pues la tarea del lector es completar este proceso, es contribuir con su interpretación y concluir así la obra de arte.
La lectura que nosotros hacemos de las ilustraciones de La princesa y el guisante (Anaya, 2003) es análoga a la lectura que hace Odriozola del cuento de Andersen. Si no sucediese así, si por la razón que fuera no nos adentramos en los territorios de la interpretación, entonces no participamos de la creación, no formamos parte activa en el arte. Las ilustraciones de Odriozola pueden ser consideradas como obras de arte, no sólo por su intrínseca belleza, no sólo porque cuelguen de las paredes de esta sala de exposiciones, sino porque posibilitan que el espectador participe de un proceso creativo en el que siempre tienen cabida nuevas lecturas; porque, en definitiva, reivindican la libertad del lector de formar parte y hacer suya la lectura de un otro.
El arte en el que Elena Odriozola mejor se desenvuelve es el de la ilustración de libros para niños. Ante tanto infantilismo, ante tanto material precocido y de fácil digestión escolar, Odriozola ofrece al pequeño una princesa alejada del estereotipo, en la que el niño puede ver reflejados sentimientos propios que muchos adultos no quieren reconocer en él. Pero su interpretación incluso va más allá. Su versión de La princesa y el guisante muestra la imagen de un mundo adulto que lejos de atender y respetar las necesidades del niño (y de la princesa), le exige reprimir su voluntad y convertirse en un ser dócil y obediente. Luego de varias relecturas del libro, podemos aventurar la hipótesis de que es muy probable que la hoy frágil y vulnerable princesa, en el futuro sea una calculadora y fría reina que, en una tormentosa noche, depositará un guisante debajo de veinte colchones y de veinte edredones de pluma.
Los libros ilustrados para niños están para cuestionar este estado de cosas, para resquebrajar la domesticación del imaginario, para propiciar la empatía y poder ver en el otro lo que muchas veces no alcanzamos ver en nosotros mismos. Exigen ser leídos una y otra vez. Los niños lo saben y disfrutan de ello. En cada lectura hay algo nuevo que aparece, hay un cambio que acontece: el vínculo entre el adulto que lee y el niño que escucha y ve, se profundiza; el proceso creativo que involucra al escritor, al ilustrador y a sus lectores se renueva; la huella emotiva que esta lectura deja en nuestra memoria se afianza. Los libros para niños esconden debajo de los veinte colchones y de los veinte edredones de la realidad, el guisante de la libertad, la creatividad, la fantasía y la empatía. Y fue la mano de Odriozola quien lo depositó allí.

1 comentario: