Libro Recuerdos en el paladar |
Es significativo que
las asignaciones que los estudiantes deben realizar en casa se llamen «deberes»
o «tareas». Ambos términos implican tanto la obligatoriedad de la actividad, el
trabajo estipulado externamente, así como el esfuerzo que requiere su realización.
Así, parece que el deber se contrapone a lo que
deseamos, a lo que nos resulta placentero y por eso es que, desde la escuela
hasta la universidad, asumimos que las tareas son “algo que hay que hacer”; así, sin más, porque nos los mandan
y porque debemos obedecer.
Poco importa que tales
asignaciones tengan poco o ningún sentido para nosotros, que repercutan poco o
nada en un aprendizaje real, que sean motivo
habitual de conflictos familiares, frustración y sensación de alienación y que
detrás de ellos se refuercen estructuras de poder y de sumisión acrítica.
De joven detesté los deberes y cuando comencé a dar clases se convirtieron en un verdadero
motivo de conflicto. He pasado por muchas etapas y, por fin, creo que los
deberes tienen su lugar en mi práctica pedagógica.
A la hora de concebir una tarea parto de la identificación
del deber y el juego. Para mí siempre tienen que constituir una actividad libre en la que los
participantes asumen voluntariamente una serie de reglas y cuyo objetivo
principal es la exploración, la interacción y el placer.
Este es un ejemplo de
una tarea que les propuse a mis alumnos del Máster en álbum infantil ilustrado:
“Querido” alumno:He pensado que sería bueno para su formación que traiga hecho el siguiente ejercicio para la próxima clase:Ilustrar una recetaInstrucciones:1) Sólo puede utilizar los tres lápices de colores que usted elija (faber castell o equivalente) + lápiz normal.2) Cada uno de ustedes, en secreto y sin decírselo a nadie, ilustrará su receta, escogida libremente y sin ningún tipo de constricción (salvo los colores). Dispone de una o más páginas formato DIN3 (ya ven, hay otra constricción). Siempre abarcando toda la hoja y trabajando en formato apaisado (cada vez se van añadiendo nuevas constricciones). Antes de venir a la clase debe meter estas páginas en un sobre que cerrará (preferiblemente con un sello lacado) y en el que no indicará su nombre. Los alumnos de formato on-line podrán enviarlo vía correo electrónico a Elisa, de modo que no sepa de quién es cada trabajo.3) Cada uno de ustedes, en secreto y sin decírselo a nadie, escribirá un texto entre 1200 y 2000 caracteres (espacios incluidos), en el que explique el motivo que le llevó a seleccionar esa receta, el significado que este plato tiene para usted, etc. Antes de venir a la clase debe meter este texto en un sobre que cerrará (preferiblemente con un sello lacado) y en el que indicará su nombre en letras mayúsculas y legibles. Los alumnos de formato on-line por favor háganselo llegar vía mail a Elisa, para que ella tenga todo el material.4) Aquellos alumnos que quieran disfrutar de un trato preferencial por parte del profesor, y presumiblemente de parte de la organización del Máster, pueden elaborar el plato en cuestión para ser degustado y sometido a la crítica, siempre y cuando consigan transportarlo en un recipiente que oculte su contenido a la mirada fisgona de sus compañeros de clase.5) Espero que todo haya quedado muy claro y que no tenga nada que explicar. Si hay algo que no entiende, vuelva a leer las instrucciones. Si persiste en la duda, y no tiene reparo en asumirlo ni siente vergüenza en molestar al profesor, puede contactarme vía plataforma (que si la pregunta es pertinente le responderé).Atentamente,Don Gustavo Puerta Leisse
Ilustrar una receta
puede ser en sí un ejercicio bonito, con resultados igualmente atractivos. Sin embargo, a mí como profesor me interesaba
recalcar tres cosas. En primer lugar, una receta ilustrada tiene aspectos
formales semejantes al libro álbum, como lo son la relación texto imagen, la secuencia, la
elipsis, la unidad de sentido, la importancia narrativa del formato... En
segundo término, cuando tenemos que explicarle a alguien cómo cocinar algo
es necesario tener en cuenta al interlocutor. En este sentido, asumimos de un modo u otro la figura de
nuestro destinatario. Por último, también me interesaba ver qué alumnos y cómo
conectaban con sus recuerdos de infancia a la hora de seleccionar su receta.
Así, con este ejercicio pudimos aproximarnos indirectamente a tres rasgos que
considero fundamentales en un libro-álbum: el dominio de un lenguaje, la
consideración del interlocución y el tener algo propio que contar. Así como evaluar fallos y problemas en alguno de estos ámbitos. En particular, pudimos comprobar cómo los textos conseguían transmitir experiencias e impresiones que no se representaban en las ilustraciones. Ello nos llevó a reflexionar acerca de nuestro trabajo como ilustradores y a desarrollar una nueva tarea.
El resultado de ambos ejercicios fue verdaderamente
interesante y pronto surgió el proyecto de convertirlo en libro. Llevar a cabo esta nueva tarea, supuso en sí mismo otro enriquecedor proceso de aprendizaje. Ha pasado un
año desde entonces y gracias a la perseverancia de Ana Delgado y Andrea Sanz el
proyecto Hasta en la cocina sigue vivo y pronto se autoeditará en un libro que
reúne los quince recetas-narraciones-ilustradores. Su financiación depende de nosotros. Apóyalo
en Verkami y disfruta de esta obra colectiva.
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