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© Elena Odriozola. La princesa y el guisante. Madrid: Anaya, 2003 |
Los días
24, 25 y 26 de mayo tendré la suerte de dar junto a
Elena Odriozola un taller que hemos llamado
Lo mío es puro teatro. En él crearemos un teatrillos de papel y ahondaremos en los procesos creativos comunes a escritores, ilustradores, maestros, padres y todas aquellas personas que ven en el niño su destinatario y en la literatura un espacio de experimentación. [Si deseas más información sobre el curso, puedes descargate
aquí el volante del taller o también puedes
ponerte en contacto conmigo].
A propósito del taller, recupero un artículo que escribí para el catálogo de la exposición que le dedicó a Odriozola el Ayuntamiento de Zarauz en el primer trimestre del 2012.
El guisante de la discordia
Se halla sentada sobre la cama, despeinada y
en camisón, con el rostro descompuesto. A pesar de que sus ojos son diminutos y
están rodeados por oscuras ojeras, su mirada consigue transmitir la
perturbación que experimenta. La boca enfatiza el peso de su malestar, mientras
que el rubor de sus mejillas evidencia la vergüenza que padece ante semejante
situación.
Si la factura de los mullidos colchones y del
hermoso y variado estampado de las mantas puede dar cuenta de la real
ascendencia del personaje, el libro que descansa abierto sobre su regazo
sugiere una noche de insomnio en la que la lectura fue intranquila y de poca
ayuda.
La causa de semejante desvelo no es otra que
un recóndito guisante. Este grano, en apariencia insignificante, es el
barómetro de la autenticidad de la princesa. A los ojos de la reina,
certificará si se trata de una “princesa de verdad” o no. A los ojos del
lector, la prueba no está exenta de cierta parodia de la flema aristocrática e
incluso ridiculiza la hipersensibilidad y el amaneramiento de las clases
pudientes. Unos y otros, en definitiva, se ensañan contra la pobre y empapada
doncella que una noche de tormenta, empujada por el destino, llama a las
puertas de palacio en busca de cobijo.
Las ilustraciones aportadas por Elena
Odriozola abren una nueva lectura al cuento de Hans Christian Andersen. Lejos
de asumir una actitud paródica o condenatoria, la interpretación que hace de la
agraviada e indefensa princesa se contrapone a aquellas manoseadas versiones
caricaturescas que muestran a la señorita como una criatura creída, frívola y
caprichosa. De este modo, su planteamiento parte de la empatía y al adoptar
esta perspectiva nos permite hallar en el cuento un trasfondo psicológico tan
sutil como certero, desaprovechado por otras versiones ilustradas. En la
lectura que propone Odriozola la princesa es considerada como víctima (de su
naturaleza y de la situación) y la reina es descubierta como victimaria.
Así, el guisante depositado por la monarca
debajo de los veinte colchones y de los veinte edredones de pluma adquiere una
nuevo sentido ante nuestros ojos, ya no se trata de una prueba inocente, sino
que revela la mala idea de una potencial suegra que no duda en someter a la
pretendiente de tan cruel y subrepticio examen. Ahora bien, tratemos por un
momento de comprender el comportamiento de la reina, ¿por qué a sus ojos este
experimento tiene el poder de acreditar la autenticidad de la princesa? El malestar
expresado de la princesa de Odriozola nos da una clave. Aunque no se puede
decir con propiedad que la pálida protagonista haya salido airosa del examen,
sí evidenció que contaba con el grado de sensibilidad propio de las princesas
de verdad. Tanto su pesar como su aptitud para pretender la mano del príncipe
proceden de esa exacerbada sensibilidad. En este sentido, Odriozola
desenmascara a la reina: detrás de esta estratagema lo que en verdad su
majestad desea es encontrar una persona vulnerable y desvalida para su vástago
real y, por qué no, que pueda ser manipulable por su maquiavélica voluntad.
Un ilustrador es un lector privilegiado. Tiene
la prerrogativa de aportar su personal interpretación a un texto que lo
precede, de ampliar sus posibilidades, de esculpir nuevos significados, de
decir cosas propias a partir de palabras de otros… Sin embargo, este privilegio
también es extensible al lector. Al participar de la lectura de un libro
ilustrado recordamos que leer es un acto de libertad en la que el autor (el
escritor y/o el ilustrador) sólo aportan una parte del proceso creativo, pues
la tarea del lector es completar este proceso, es contribuir con su
interpretación y concluir así la obra de arte.
La lectura que nosotros hacemos de las
ilustraciones de La princesa y el guisante (Anaya,
2003) es análoga a la lectura que hace Odriozola del cuento de Andersen. Si no
sucediese así, si por la razón que fuera no nos adentramos en los territorios
de la interpretación, entonces no participamos de la creación, no formamos
parte activa en el arte. Las ilustraciones de Odriozola pueden ser consideradas
como obras de arte, no sólo por su intrínseca belleza, no sólo porque cuelguen
de las paredes de esta sala de exposiciones, sino porque posibilitan que el espectador
participe de un proceso creativo en el que siempre tienen cabida nuevas
lecturas; porque, en definitiva, reivindican la libertad del lector de formar
parte y hacer suya la lectura de un otro.
El arte en el que Elena Odriozola mejor se
desenvuelve es el de la ilustración de libros para niños. Ante tanto
infantilismo, ante tanto material precocido y de fácil digestión escolar,
Odriozola ofrece al pequeño una princesa alejada del estereotipo, en la que el
niño puede ver reflejados sentimientos propios que muchos adultos no quieren
reconocer en él. Pero su interpretación incluso va más allá. Su versión de La
princesa y el guisante muestra la imagen de un mundo
adulto que lejos de atender y respetar las necesidades del niño (y de la
princesa), le exige reprimir su voluntad y convertirse en un ser dócil y
obediente. Luego de varias relecturas del libro, podemos aventurar la hipótesis
de que es muy probable que la hoy frágil y vulnerable princesa, en el futuro
sea una calculadora y fría reina que, en una tormentosa noche, depositará un
guisante debajo de veinte colchones y de veinte edredones de pluma.
Los libros ilustrados para niños están para
cuestionar este estado de cosas, para resquebrajar la domesticación del
imaginario, para propiciar la empatía y poder ver en el otro lo que muchas
veces no alcanzamos ver en nosotros mismos. Exigen ser leídos una y otra vez.
Los niños lo saben y disfrutan de ello. En cada lectura hay algo nuevo que
aparece, hay un cambio que acontece: el vínculo entre el adulto que lee y el
niño que escucha y ve, se profundiza; el proceso creativo que involucra al
escritor, al ilustrador y a sus lectores se renueva; la huella emotiva que esta
lectura deja en nuestra memoria se afianza. Los libros para niños esconden
debajo de los veinte colchones y de los veinte edredones de la realidad, el
guisante de la libertad, la creatividad, la fantasía y la empatía. Y fue la
mano de Odriozola quien lo depositó allí.