El libro de los guarripios de Arnold Lobel. Madrid: Alfaguara, 1985 |
Querida Oblit:
Conocí El libro de los
guarripios antes que los limericks.
De hecho, cuando una profesora de primaria nos habló de Edward Lear, yo lo tomé
como un imitador de Arnold Lobel cuyos poemillas no tenían ni la mitad gracia de
la de los protagonizados por estos cerditos.
Es curiosa la memoria. Cuando visito pueblos como Brunete, Cabrales o similares, recuerdo estas disparatas rimas de Lobel (traducidas por el gran
Miguel Azaola); versos que aprendí de muy niño en Venezuela. Entonces, Brunete o Cabrales sonaban como lugares mágicos.
Este
es el tipo de libros que para mí constituye una forma de concebir y hacer literatura
infantil que incomprensiblemente no ha tenido continuadores.
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